Comentario
El enfrentamiento entre Francia y la Casa de Habsburgo será, salvo breves períodos excepcionales, una constante durante los siglos XVI y XVII. La común política italiana, el problema de Navarra y, sobre todo, el cerco de los Estados de los Austrias en torno a Francia mantendrán viva una hostilidad que se manifestará periódicamente en conflictos abiertos en muy diversos puntos del Continente, e incluso fuera de él. Las distintas circunstancias en las que se desenvolverá esta enemistad marcarán varias etapas diferenciadas.
En un primer período, el escenario de los enfrentamientos se limitará casi exclusivamente a Italia. La rivalidad a causa de intereses enfrentados en la península italiana había sido aportada a la Monarquía española por la Corona de Aragón, que, como restos de su expansión mediterránea, conservaba Cerdeña (1325) y Sicilia (1409), mientras que el Reino de Nápoles, anexionado en 1442, había pasado en 1458 a una rama bastarda de Aragón, a la muerte de Alfonso V. Por su parte, Francia reivindicaba los derechos sobre el trono napolitano de la dinastía de los Anjou, que habían reinado de 1282 a 1442.
El rey francés, Carlos VIII, imbuido de ideas caballerescas y de cruzada, había iniciado los movimientos. En 1493 se había asegurado la neutralidad del emperador Maximiliano, a cambio del Artois y el Franco Condado, y de Fernando el Católico, a cambio del Rosellón y la Cerdaña. Al año siguiente, a la muerte del monarca napolitano Ferrante I, Carlos VIII invadió Italia camino de Nápoles, atravesando Florencia y Roma. La Liga formada por Venecia con el papa Alejandro VI Borgia, Ludovico Sforza, regente de Milán, el emperador Maximiliano I y los Reyes Católicos se mostró como una fuerza suficientemente disuasoria para decidirle a retirarse, mientras el ejército de Gonzalo Fernández de Córdoba reponía en el trono de Nápoles a la rama bastarda de los Aragón en 1497, por un período que será efímero.
La guerra no tardará en resurgir. Por el tratado de Granada de 1500, Fernando el Católico y Luis XII de Francia acordaron repartirse el Reino de Nápoles, apresurándose ambos a ocupar sus respectivos territorios, pero pronto llegaron a las armas. El ejército de Luis XII, que mientras había ocupado el Milanesado como heredero de los Visconti, fue derrotado por Fernández de Córdoba en las decisivas batallas de Ceriñola y Garellano (1503), tumba literal de la infantería francesa ante la artillería española. El tratado de Lyon de 1504 concedió el trono de Nápoles a la Monarquía española, que se apresuró a nombrar a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, como virrey.
Pero la paz no sería duradera, pese a que Luis XII y Fernando el Católico habían llegado a un acuerdo, a cambio de que éste cediese los derechos al trono napolitano a un posible hijo de su matrimonio con Germana de Foix. Las rivalidades internas de los Estados italianos provocarán la guerra y la invasión extranjera. Así, el inquieto papa Julio II promovió, en 1508, la Liga de Cambrai contra Venecia, en la que participarán Francia y España, más el emperador. La urdimbre diplomática era tal que, en 1510, la Liga se volvió contra Luis XII, obligándolo a evacuar el Milanesado, en el mismo año que su enemigo aragonés ocupaba la Navarra subpirenaica, bajo el pretexto de ser aliada de aquél. Más tarde, en 1515, Francisco I de Francia recuperará para Francia el Milanesado, tras la brillante victoria de Marignano, y el equilibrio pareció restablecerse.
Aunque las guerras de Italia de comienzos de siglo no den solución a unos problemas que permanecerán casi en el mismo punto por varios decenios, sí supondrán un cambio en las relaciones internacionales europeas. Por un lado, modificaron la diplomacia, a través de los innumerables acuerdos realizados entre los diversos Estados contendientes, haciendo necesaria la representación diplomática permanente. Por otro, se produjeron cambios decisivos en el arte bélico: la infantería sustituyó a la caballería como pieza esencial del ejército y las armas de fuego revolucionaron la estrategia y los sistemas de enfrentamiento, mientras que los mayores costos en armamento requerirán en adelante mayores inversiones, sólo permitidas a los grandes Estados, dejando de ser competitivos los ejércitos nobiliarios e incluso los de los pequeños Estados, que, como los italianos, cada vez tendrán menos protagonismo en la arena internacional.